31 de octubre de 2012

LEO MESSI Y BATALLITAS DE “CHUPONES”

Jugar en el equipo del colegio facilitaba situaciones impensables en clubs de barrio. Para empezar, la convivencia con mis compañeros de equipo era prácticamente continua, el día a día escolar aglutinaba horas de clase, de recreos, de excursiones, de gimnasia, de peleas, de risas, de llantos…, y de entrenamientos. Desde pequeños, a la edad de siete y ocho años, compartíamos equipo de fútbol federado. Pero ya nos conocíamos de mucho antes, casi antes de saber hablar ya éramos compañeros, casi antes de saber hablar ya dábamos patadas, y casi antes de saber hablar organizábamos (quién sabe cómo) nuestros juegos –minientrenamientos- en las horas libres de recreo y comedor.
Éramos autosuficientes, uno llevaba el balón y todo el mundo repentinamente quería ser su amigo. Era ésta una conducta típica, inherente a cada niño. Ser amigo de quién ponía el balón te garantizaba jugar, y ese era un premio innegociable. Nos importaba un bledo el resto, cada día nos despertábamos para ir al cole con la ilusión de vivir este momento, y nadie ni nada nos lo truncaría…
Volvemos a dónde estábamos. Tenemos ya al del balón, ese jugaba sí o sí. Era el amo de todos nosotros, si él se enfadaba se acababa la fiesta. Luego se daba una situación de tensión colectiva: el momento de la selección de los equipos. “Piedra, papel o tijera”, atinaban a decir dos chicos elegidos vox populi. Solía darse la coincidencia de que fueran los dos mejores, y debían conformar un equipo campeón. Algo muy parecido a las convocatorias de Del Bosque, pero en modo grotesco, pues de fondo se oían comentarios de todo tipo pero, por encima de todos, uno: “ese no que es un CHUPÓN”. Probablemente se trataba de una de las primeras palabras que aquellos renacuajos incorporábamos a nuestro lenguaje. No recuerdo el orden, pero “mama”, “papa”, “balón” y “chupón”, eso seguro.
Jugábamos muchos contra muchos, en campos impracticables nacidos de la improvisación, y con porterías marcadas en el suelo con pedruscos, basura o ropa. Crear el campo de juego nos llevaba mucho menos tiempo que la selección de jugadores, que prácticamente copaba veinte de los veinticinco minutos que teníamos para explayarnos. Por lo que sólo restaban cinco de juego real. De esos cinco intensos minutos, durante cuatro el esférico era domado por el CHUPÓN. Y el quinto minuto no existía porque el dueño del balón (recuerden, el amo) se rebotaba y marchaba a montar su fiesta a otra parte.
La película acababa mal día tras día. Todos rebotados con todos, atrincherándonos en nuestra sinrazón y con un objetivo común al que reprocharle su superioridad: al CHUPÓN. Irremediablemente era el blanco de nuestras iras, por privarnos de disfrutar nuestro mayor momento de felicidad del colegio. Aunque al día siguiente volveríamos con la misma ilusión a juntarnos al dueño del balón, a lapidar nuestro recreo en una selección terriblemente anárquica de lo equipos, y a fabricar un nuevo campo dónde jugar.
Sólo los entrenamientos con el equipo, en el que coincidía con muchos de los niños del recreo –entre ellos el chupón-, superaban el nivel de excitación y felicidad de los recreos. Por una sola razón: el entrenador acotaba la libertad del chupón. Diseñaba ejercicios para que la pelota fuese compartida, e instaba al susodicho a pasar a los compañeros. Todos sabíamos que, a la mañana siguiente, el recreo nos devolvería la cruda realidad. Pero no menos cierto es que la conducta de aquel niño con tendencia marginal junto al balón iba encauzándose. La doctrina de nuestro entrenador acabó amoldando su fútbol a los intereses colectivos, y todos nos beneficiamos de ello, tanto en el día a día como en los partidos de Liga. Con el paso de los años, ese “ser odiado” se había convertido en un “ser amado” por todos, pues su desequilibrio era puesto al servicio del grupo, y su fin último a la hora de driblar contrarios era soltar la pelota en la mayor de las ventajas posibles para el compañero. Una Bendición para cualquier equipo.
Hace un par de días, recién recibido el galardón de la Bota de oro, Leo Messi trataba de callar a las críticas que le acusan de individualista: “no soy un chupón”. Fue entonces cuando recordé aquellas batallitas de la infancia, y me imaginaba un colegio de Rosario dónde Leo, menudo y ligero, driblaba sin parar cuántos contrarios salían a su paso. Y se convertía, a buen seguro, en el objeto de ira de sus compañeros, a quiénes privaba de balón, porque sólo había uno y él lo quería más que nadie.

30 de octubre de 2012

GRANDES DESAPERCIBIDOS (I): REAL MADRID CASTILLA 2006/07

Once del Real Madrid Castilla. Temporada 2006/07

“Negredo, Mata, De la Red, Borja Valero o Granero, que era un díscolo…Todos, cuando me los encuentro, me recuerdan aquella época. Hasta entonces casi no habían jugado. Conmigo fueron titulares indiscutibles. Adelantamos su progresión porque en un filial lo importante no es la clasificación, en mi opinión, sino la formación de jugadores para el primer equipo”.
Míchel explica así lo que para él es un filial. Concretamente expone el caso del Madrid Castilla que dirigió durante la temporada del descenso a 2ªB. Corría la temporada 2006/2007, y cayeron en manos del neófito entrenador una hornada de jugadores talentosos y de futuro envidiable, que compartían las mismas virtudes que defectos: una abrumadora juventud y una inexperiencia tan halagüeña como peligrosa en una categoría de máxima competitividad como la Segunda División.
En muchos casos se trataban de chicos recién ascendidos del Juvenil División de Honor, quiénes de la noche a la mañana pasaron de jugar en campos anexos y ciudades deportivas a hacerlo ante miles de espectadores en estadios como La Rosaleda, El Nuevo Zorrilla o El Molinón. Se juntó en un solo equipo, al gusto de Míchel,  lo más selecto  de las promociones del 89 (Dani Parejo), 88 (Juanín Mata, Alberto Bueno o Adrián González), 87 (Javi García, Esteban Granero, José y Juanmi Callejón o Antonio Adán), 86 (Sergio Sánchez, Miguel Torres, Marcos Tébar o Kiko Casilla), 85 (Rubén de la Red o Borja Valero), 84 (Álvaro Negredo o Miguel Palencia), 83 (Santacruz) y 82 (Jordi Codina).  
Pronto se establecieron los símiles con la ‘Quinta del Buitre’, acentuados más si cabe con la presencia de Míchel como profesor de sus sucesores. Pensar en su rendimiento como entrenador también suponía un ejercicio de imaginación, pues todo cuánto sabíamos de él desde su retirada eran un puñado (grande, pero un puñado) de comentarios en TVE, y otros medios de comunicación, sobre el juego. Muy distinto al día a día, al entrenamiento, al manejo de grupos… Pero desde la directiva blanca se pensó que Míchel tenía la ciencia suficiente para poder abordar la misión, y sí conseguía transfundir a sus pupilos sólo un poco del madridismo que corre por sus venas ya habrían acertado con la elección.
Real Madrid Castilla de la Quinta del Buitre. Temporada 83/84
Todo sonaba tremendamente romántico. Imagino las charlas en el flamante recinto de Valdebebas, hablándoles de historias y hazañas de la ‘Quinta del Buitre’, o de los antiguos entrenamientos en los Campos de la Chopera en el Retiro, o de los valores de la camiseta blanca… Sin duda Míchel era el hombre respuesta a las muchas inquietudes y preguntas de los jóvenes jugadores madridistas. Éstos, recién salidos de la adolescencia, debían dar el último y más grande paso hacía el profesionalismo, desde una competición 100% profesional como la Segunda División española.
Los malos resultados de aquel equipo llegaron, como no podía ser de otra manera, y fue entonces cuando se abrieron nuevos debates sobre los filiales: ¿se debe anteponer la formación a la competición?, ¿merece la pena sacrificar talentos en pos de una mejor clasificación?, ¿no resulta contraproducente quemar etapas prematuramente? Arriba del todo tienen la respuesta de Míchel a todas las preguntas planteadas. Y sólo desde ese punto de vista se puede comprender positivamente la campaña de aquel Madrid Castilla. Un equipo que fracasó en su clasificación, descendiendo a causa de su inmadurez y muy a pesar de tener un talento superior a todos sus rivales de aquella temporada. Pero también un equipo que perdurará en la memoria por ser uno de los mayores generadores y exportadores de jugadores de élite (y hablamos de internacionales y jugadores  de grandes equipos de Europa) que conocemos en el panorama fútbol. Un caso contradictorio que nos pone a Míchel en la picota: ¿fracasó al descender un grupo de talento incalculable, o triunfó formando jugadores de carreras exitosas?

OTROS DATOS DE AQUEL CASTILLA 2006/07:

Mata y Negredo celebran un gol

-          Clasificó 19º. Sólo superando a Ponferradina, Lorca y Vecindario.
-          Logró 49 puntos (13 victorias, 10 empates, 19 derrotas).
-          Fue un equipo de extremos: 55 goles a favor (4º máximo goleador) y 67 en contra (2º más goleado).
-          Negredo acabó pichichi de aquel equipo con 18 dianas. Mientras que Mata anotó 10.
-          El Real Valladolid de Mendilíbar acabó campeón con 88 puntos, y le acompañaron a Primera Almería y Real Murcia.
-          Ese mismo año, el filial del FC Barcelona descendería de 2ªB a 3ª División, desde dónde le cogería Guardiola en la 2007/08.



23 de octubre de 2012

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Tito Vilanova aterrizó sin demasiado ruido en el complicado banquillo culé. Ayudado por la discreción y elegancia desprendidas de la despedida de Guardiola, la transición de escudero a comandante fue tranquila y armoniosa para el bueno de Tito. Su rostro ajado  y una expresión permanentemente reservada era lo poco que conocíamos el público general sobre el nuevo entrenador del Fútbol Club Barcelona. Apenas le habíamos oído hablar, y pocas veces actuar (más allá de un tobón merecido a Mourinho). Siempre a la sombra de Pep, su padrino. Jamás había dado un paso adelante, mucho más inexperto en ruedas de prensa que, por ejemplo, su homólogo en el banquillo contrario, Aitor Karanka. Su carrera como futbolista tampoco le había llegado para doctorarse ante los medios, ni a tolerar momentos de presión en banquillos tan complicados como el culé.
Estábamos ante algo novedoso, inquietantemente nuevo, un neófito a las órdenes del banquillo más laureado de los últimos tiempos. Es entonces cuando llegan las dudas, cuestiones sin respuestas: ¿Cuál era su idea?, ¿qué fútbol nos mostraría?, ¿sería capaz de renovar la tímida caída del maravilloso juego de posesión blaugrana?, ¿estábamos ante otro filósofo a los ojos de Ibra?, ¿o bien ante un falso modesto?... En otras palabras, la duda estribaba en la línea que mostraría a su llegada: continuista o diferente a lo establecido en los años de hegemonía guardiolesca.
La lógica invitaba a pensar que Tito y Pep habían sido uno en su periplo de comandancia de la nave culé. El primero al servicio del segundo, pero ambos perfectamente imbricados a una idea de juego tremendamente romántica e idealista: de la conservación infinita del balón a la agresividad tras pérdida y presión adelantada de sus hombres.
Un concepto de juego único, pero renovado continuamente. Reciclando jugadores para la causa, inventando términos y posiciones desconocidas hasta la fecha. Sin darnos cuenta hablábamos en el idioma futbol sistemáticamente de  conceptos como “falso nueve”, o comenzamos a entender de la importancia del juego de pie de un portero como Valdés, más cerebro que portero en el sistema Barsa. Se trataba de cambiar de examen semanalmente a cada entrenador rival; para que cuando conocieran las respuestas, las preguntas de Guardiola fuesen otras. El profesor odiado.
Y siempre junto a Tito, él tuvo que ser partícipe de una u otra manera de las convicciones futbolísticas que plasmó Pep en su equipo. Desde sus inicios, pasando por la maravillosa y dulce evolución del juego, hasta la tímida decadencia plasmada en la última temporada de Pep, en la que se perdió una Liga y una Champions (huelga decir que se ganó todo lo demás). Pero, ¿hasta dónde llegaban las ideas de uno y otro?, ¿se pisaban unas a otras?, ¿qué crédito le podía conferir Guardiola a su segundo? Respuestas inescrutables hasta la fecha. Ahora, Vilanova con camino libre por delante, ya nos muestra las tan preciadas respuestas.
Así, a grandes rasgos se podría  establecer la gran diferencia del juego del Barcelona de Pep y de Tito en lo que Bielsa entiende como las cuatro premisas fundamentales del fútbol: “cómo pasar de la defensa al ataque y del ataque a la defensa”. Premisas modificadas notablemente por un Vilanova que concibe el fútbol de una forma más industrial en ataque, de mayor vértigo y verticalidad; y más reservada en defensa, con el repliegue como arma de contención.
Esas son, la verticalidad y el repliegue, los nuevos argumentos al concepto de juego culé, que sigue siendo inherente a su idiosincrasia (la posesión no se negocia), pero que le confiere otra dimensión; las respuestas a las preguntas que todos nos hacíamos al inicio de temporada; y las nuevas preguntas que plantea Vilanova a todos los técnicos y equipos que se enfrentan al Fútbol Club Barcelona. Han cambiado al profe.

8 de octubre de 2012

BARCELONA-MADRID (2-2): LA EVOLUCIÓN AL FÚTBOL COMERCIAL

El día en que Messi hace dos y Cristiano le responde con otro par (o viceversa), resulta complicado iniciar una crónica evitando pronunciar a estos dos monstruos. Aún así lo trataremos de hacer. Perdónenme los ególatras, pero el clásico de ayer, además de emoción y un ritmo trepidante, arroja matices más allá de las individualidades. El tempo del juego, los intercambios de golpes, la alternancia de dominio, los riesgos defensivos, las posesiones… Todo fue radicalmente distinto a lo vivido en la era Guardiola-Mou, y por ello gustó. Al menos en mi caso.
Podemos hablar de equipos en fase de crecimiento, de comienzos de temporada, pero nunca de falta de identidad. El Barcelona de Tito sabe a lo que juega, mientras que el Madrid es el mismo que hace un año –nadie nuevo en el once de ayer-. Estas dos grandes afirmaciones nos confirmaron también un gran espectáculo: ni el Barcelona controla los partidos ni este Madrid está creado para hacerlo, el resultado de ello es un Clásico jugado desde el vértigo, de área a área, sin freno.
Antaño, cuando los blancos agobiaban la salida blaugrana, Guardiola amarraba desde las posesiones infinitas. Secuestro de balón por parte de los Xavi, Busquets o Iniesta y a otra cosa mariposa. A cansar al toro, y a preparar la estocada en otro momento. Si no se puede matar  se contiene el asedio, con el balón como arma, y con la pausa como norma (ley made in Guardiola). Hasta la fecha, Pep había domado al Madrid del mismo modo que Ángel Cristo vacilaba a las fieras. Hasta el punto de perder la percepción de peligro, y con ella la emoción.
Todo ha cambiado. La señal nos la manda Valdés a base de pelotazos, y los centrales (enorme e imprescindible Mascherano para este renovado concepto futbolístico del Barsa) contribuyen a difundir y globalizar el mensaje: el Barcelona no quiere monopolizar el balón desde atrás.
El Madrid, mientras tanto, regala 30 minutos iniciales de intensidad, orden y ambición. Sin duda demuestran un mayor cuajo que su rival, que trata de asimilar el cambio de escenario futbolístico. A pesar de ello, los blancos rehúyen la invitación a dominar el partido. Su premisa es otra, y la identidad construida por Mourinho en estos años no entiende de largas posesiones ni de dominios etéreos. Jugar para hacer daño.
De área a área, exponiendo más que en épocas recientes, y batallando balones divididos y segundas jugadas. El partido es de un ritmo y una intensidad brutal. Electrizante y emocionante pese a la ausencia de ocasiones claras (un remate errado de Benzema y un cabezazo de Ramos que se pierde cerca del palo izquierdo de Valdés son las llegadas más peligrosas de la primera parte). Hasta la llegada de los goles; el primero es un clásico del Madrid, con Benzema –delantero con alma de mediocentro- iluminando el área rival y asistiendo a un Ronaldo perfecto en la definición al palo corto de Valdés. Entre medias, el propio ‘9’ madridista yerra un balón al palo… Fallo en área contraria, que sumado al fallo escandaloso de Pepe en su propio área, nos dirige al empate a uno de Messi.
La segunda mitad cambia ligeramente. El Barcelona se suelta más, y aunque evita dominar desde atrás, sí que lo empieza a hacer en mediocampo, hasta donde llega Iniesta para tratar de monopolizar el balón. Las asociaciones rápidas e incisivas de Iniesta, Busquets, Xavi y Messi nos regalan una versión mejorada de los culés. El Madrid comienza a desgastarse de verdad, Khedira hace gala de su condición de maratoniano, y Alonso arriesga su pellejo continuamente. Una falta suya, precisamente, nos regala un gol de colección de Leo Messi; zurdazo con rosca que evita el vuelo de Casillas. 2-1, y una Liga a un abismo para el Madrid.
Pero Cristiano, febril, enciende de nuevo un Camp Nou idiotizado; más pendiente de proclamas políticas que del espectáculo futbolístico. Quizá no muchos vieron el pase al hueco de Özil y la definición sencilla del portugués. Empate a dos y minutos de incertidumbre por delante.
Una incertidumbre despejada por el mayor hambre culé, que en eso parece haber cambiado poco del Barcelona guardiolesco. Los últimos instantes de Clásico transcurren cerca del área de Casillas, embotellando a los madridistas, que achican balones sin parar. Las conexiones de los blaugranas cerca de zona de remate son eléctricas, como la que origina el derechazo de Montoya al larguero. El descuento permite disfrutar a Pedro de una galopada que demuestra su extraordinario tono físico, y que acaba en un zurdazo que se marcha fuera. No hay tiempo para más: empate a dos justo.
Pero las conclusiones deben ir mucho más allá del resultado o de la justicia de los 90 minutos, pues podemos vislumbrar desde ya un cambio respecto a recientes temporadas. La velocidad y el vértigo del fútbol culé nos invitan a pensar que su estilo ha tornado hacía un fútbol más comercial, pero también menos romántico que el practicado en la era Guardiola.