No se trata de justificar lo
injustificable; tampoco busco con mi opinión abrazar al perdedor caritativa y
lastimosamente; ni posicionarme al lado opuesto de la línea de opinión
mayoritaria por el mero hecho de ser “diferente”. Realmente puede parecer
ridículo este artículo. Qué ostias, seguramente lo sea. ¿Acaso alguien puede
rescatar un argumento lógico de la decisión de aupar a tu portero al área rival
para tratar de empatar una eliminatoria a la que le restan todavía 90 minutos?
Ni el propio Cholo. Yo tampoco le
encuentro demasiado sentido; pero me gustó.
La jugada salió desastrosa, un esperpento
mayúsculo para poner un broche circense a un partido gris –casi negro- del
Atleti. Cierto es que los rojiblancos han situado su listón demasiado alto esta
temporada, una vara de medir que se antoja inalcanzable en partidos de menos calor
–gradas a medio llenar- como el de ayer. Pero el tío de negro que vocea desde
la banda es el mismo de siempre; cuando hace frío él calienta el ambiente; cuando
hay calor, se retroalimenta hasta alcanzar temperaturas de bullición
insospechadas. Ayer era día de hielo y espesura, clima y ambiente totalmente
adverso a los intereses rojiblancos; y el de la banda, el hombre de fuego,
lanzó un órdago final con Asenjo como símbolo: todo o nada. El portero,
desesperado en una carrera de vuelta final hacía ningún lugar, representó el
fiasco del Atlético en una noche europea para olvidar. A mí, el Cholo, me ganó para la causa. Del mismo modo que se
ganó a su parroquia desde que llegó para cambiar una tendencia perdedora de
años atrás en un equipo de presente y futuro. Ganador.
Por eso le aplaudo hoy, porque
pero prefiero hacerlo en las decisiones equivocadas. Como la de ayer, de riesgo
desmedido, pero también de valentía conmovedora. Ese tipo de arrebatos
ganadores son elcombustible que
alimentan al cholismo, y sería cínico
darle la espalda en el yerro después de la temporada tan bestial que está ejecutando
el Atleti.
El partido era de
los que apetecía, ciertamente. Valladolid y Athletic se citaban en uno de esos
choques que no suelen defraudar, de equipos comprometidos con unos principios;
atrevidos y cuajados con el buen gusto futbolístico de sus técnicos. Ambos
deseosos de encarnar el papel protagonista del choque, un factor decisivo para
garantizar una buena película, de esas que fluyen solas. Y es que no hay mejor
manera de empezar el guión de un partido; lo que venga después bienvenido sea…
Menos el temporal.
La lluvia y el
viento se aliaron para tratar de deslucir el juego al pie que buscan Pucela y
Athletic. Ese es su fútbol: iniciar muy atrás, atraer al rival, generar
superioridades pronto y, una vez batida la primera línea de presión, galopar
hacía portería contraria. No es más que autofinanciarse el contragolpe; tan
sencillo como atrevido. Arriesgar primero y correr después; correr para hacer
daño. Fútbol atractivo diseñado por dos entrenadores que disfrutan sometiendo
al rival. Pero la contingencia de hoy es doble: no vale con dominar al enemigo,
también hace falta capear la tempestad en forma de lluvia y viento. El control
del balón se dificulta exponencialmente, y la idea preconcebida no puede
ejecutarse siempre, para desgracia de ambos equipos.
Aun así el
Valladolid salta mejor al césped. Más enchufados, enérgicos e inspirados. Sobre
todo un Óscar que alumbra cada ataque blanquivioleta en 15 minutos geniales; se
esconde a la sombra de un San José perdido en una batalla táctica que le llega
muy joven. Óscar, veterano de guerra, le come la tostada por abajo y por
arriba, y se ofrece como lanzador de lujo de las contras pucelanas. Jugando al
ratón y al gato; así se inicia el primero, el salmantino escapa de San José que
llega un segundo tarde, y la continuación hasta el gol es una combinación
maravillosa de Rukavina y Guerra, que acaba con testarazo a la red. El tercero
de la temporada para el delantero murciano, a gran nivel hoy.
El segundo
pucelano llega poco después y desde el mismo perfil. Es más, jugada calcada:
inicia Óscar, de nuevo en su papel de bisagra y, otra vez, de los deficientes
despejes visitantes se nutren Larsson y Bueno, autor del gol. 2-0 en 15 minutos
de aplastamiento del Valladolid a un Athletic irreconocible
Pero el resultado despista a los
locales, que creen innecesario arriesgar, y se busca sistemáticamente el juego
directo: camino hacia el abismo. El centro del campo vasco, por el contrario,
crece al ritmo que Ander Herrera baila y en la medida que San José deja de
perseguir sombras y engancha cuatro pases acertados de lado a lado; tiempo
suficiente para que en zona de tres cuartos revoloteen Muniain, De Marcos,
Aduriz, y una banda derecha hiperactiva. Allí, Iraola y Susaeta son una auténtica
pesadilla, aprovechándose de la falta de rigory de capacidad defensiva de Alberto Bueno, jugador determinante tanto
por lo que te da como por lo que te quita. La defensa pucelana, incapaz de
achicar tal volumen de centros desde ese perfil, sucumbe en el enésimo a la
anticipación de De Marcos: un falso volante que llega y aparece en cualquier arista
del campo.
Llega el descanso
tras 30 minutos de sometimiento y dominio absoluto del Athletic a su rival. El
Pucela ha administrado su efímera ventaja desde un papel sumiso en el que no se
siente cómodo. Pero los cambios en la reanudación sólo los introduce Bielsa:
Ibai por el apagado Muniain. Cambio intrascendente en cualquier caso.
Pronto llega la
igualada de Susaeta en una jugada de córner desafortunada para los intereses de
los de Djukic. Pero el gol espolea a los castellanos. Un hecho se vuelve
decisivo: un gris, hasta el momento, Álvaro Rubio decide introducirse más entre
los centrales y ayuda a la salida corta del balón. El riojano es el reloj de
arena del Valladolid, filtra y decide el tempo y la continuidad del juego:
jugador capital en la concepción del fútbol blanquivioleta. El problema llega
un poco más arriba, dónde Óscar ya no es el faro del primer cuarto de hora: el
salmantino ha desaparecido en la segunda parte. Alberto Bueno ayuda con sus
caídas al medio, pero apunta otra de las carencias de los locales: la incapacidad
de desbordar por banda y la falta de velocidad ofensiva. Elementos
imprescindibles para hacer buena la primera fase de salida del balón.
El Valladolid
carece de armas afiladas; faltan los puñales habituales de Omar Ramos (banda
izquierda y en el banquillo) y Patrick Ebert (banda derecha y lesionado); y
sólo vive ofensivamente de los balones que aguanta Javi Guerra y de las
llegadas de un Larsson más voluntarioso que acertado. También Rukavina ayuda
con su recorrido por banda: lateral de manual el serbio. Con el cambio de Omar
Ramos, por el citado sueco, Djukic busca un destello de calidad que
desequilibre el empate, y este casi llega, pero en la pierna errónea para Omar:
su derecha.
Todo lo demás es
un ida y vuelta vertiginoso hacía uno y otro área, y el mediocampo es solo una
zona de transición en la que apenas hay tregua ni pases intermedios. El duelo ha
devenido en una ruleta rusa que supone un ejercicio frío pero acorde a la
filosofía de ambos equipos: todo o nada. Protagonistas hasta sus últimas
consecuencias.
Finalmente se
tienen que conformar con la igualdad del reparto, con un empate a dos que no
desmerece a nadie. Sobreponerse a la desapacible noche vallisoletana ya es un
triunfo en sí, y buscar la victoria con el ahínco y derroche que lo han hecho
ambos conjuntos es altamente elogiable.
La clasificación
continúa distanciando al Valladolid (29) tres puntos por encima del Athletic
(26) en una situación comodísima respecto al descenso: gran objetivo
blanquivioleta del año. Y el Athletic prorroga una jornada su lento despertar
de la pesadilla que le viene martirizando desde mayo; como cuando retrasamos de
cinco en cinco los minutos de la alarma que pone fin a nuestros sueños cada
mañana, el Athletic ya vive su última fase antes de lavarse bien la cara y
olvidarse, ya de una vez por todas, de ese maldito Radamel Falcao que de vez en
cuando se cuela en sus pesadillas. Hoy no fue el magnífico equipo del pasado
domingo, pero si una versión muy próxima a la de los dulces sueños.
Han pasado ya más de ocho meses
de aquella imponente exhibición de Falcao sobre el césped del Estadio Nacional
de Bucarest. Una escena, la del Tigre
bailando con temblorosos leones y
sacudiendo la red de Iraizoz, parecía repetirse perpetuamente en la mente de
todo aficionado al Athletic, incapaces de sacudirse aquella pesadilla desde
entonces. Apenas hubo alegrías después. Otra final, otro fracaso ante el
crepuscular Barcelona de Guardiola, y el comienzo evidente de un proceso de
autodestrucción.
Falcao, auténtica pesadilla de los leones de Bielsa
Marcelo Bielsa, desde su llegada
al Botxo, había guiado al Athletic en un viaje cargado de valores,
sentimentalismo, y buenas intenciones; alimentado de partidos memorables como
el liguero de San Mamés frente al Barcelona, o la eliminatoria contra al
Manchester United, con más de 8.000 seguidores vascos botando en las gradas del
Teatro de los Sueños. Episodios
maravillosos de una temporada mágica. Un sueño en sí misma, de trágico final.
Antes de las vacaciones
veraniegas, con el vivo escozor de la segunda final errada, Bielsa convocaba a
los suyos en Lezama. La charla del vestuario, aireada de forma lamentable meses
después, es durísima y ejemplar. El rosarino, herido en su locura y dolido por
el sangrante final de temporada, declara a los suyos estar “avergonzado”, e insta a sus jugadores a sentir el mismo rubor por “no estar a la altura de la ilusión generada”,
por “haber decepcionado a un pueblo”.
La charla sobrecoge, y sólo se entiende desde la magnitud, grandezay complejidad del personaje.
Es fácil, dadas las
circunstancias, imaginar a un Bielsa preocupado en temporada estival,
masticando todavía el fracaso, ansioso por redimirse y volver al trabajo. Y
pronto se escuchan noticias suyas, en sus prisas arrasa con los obreros que
trabajan en Lezama. Y se siguen agrietando las relaciones, el dulce sueño del
pasado ha tornado de forma definitiva en pesadilla. Más aún cuando se conoce el
deseo de Javi Martínez y Fernando Llorente por hacer las maletas… Pocos veranos
más tormentosos se recuerdan en Bilbao.
Marcelo Bielsa, tan genial como complejo
Confusos, como cuando te deja tu
pareja y la tratas de embaucar con los bellos pasajes del pasado…, sin aparente
esperanza: “he dejado de sentir lo mismo
que sentía antes. Ya no te quiero”, te suelta. Perdura el cariño, pero no
hay amor. Algo así debió suceder con Bielsa. Sus jugadores y su parroquia de
creyentes compartían un sentimiento, una duda: la relación fue demasiado
pasional y, el desgaste devastador. Demasiadas emociones recorridas a mil por
hora.
Por si fuera poco, el refugio
meramente futbolístico desalimentaba aún más las razones de los creyentes más
arraigados. El Athletic mostraba una fragilidad e irregularidad preocupantes.
Derrotas dolorosas, como el 4-0 en el Calderón (hattrick, por si fuera poco, de Falcao) o la del derbi vasco en
Anoeta por 2-0, por no hablar de la insulsa decepción europea. Y lo peor de
todo es que los resultados no eran sino un fiel reflejo de un juego mucho más
pobre y endeble que el del pasado. Los hercúleos leones habían deparado en
jugadores de zancada plomiza y fatiga prematura. Motor y depósito,
innegociables en un equipo de Bielsa (“yo
siempre les digo a los muchachos que el fútbol para nosotros es movimiento,
desplazamiento. Que hay que estar siempre corriendo. A cualquier jugador, y en
cualquier circunstancia, le encuentro un motivo para estar corriendo”).
Así continúo avanzando la
temporada; en un ambiente enrarecido, como cada vez que Fernando Llorente sale
a jugar entre pitos y abucheos; y con una frialdad habitual en San Mamés que
sobrecoge teniendo en cuenta la temperatura alcanzada el pasado año. Sin pena
ni gloría. Buscando algo en lo que creer. Y ese algo puede que llegara el
pasado domingo frente al Atlético, sí, otra vez.
El 3-0 es sintomático, pero las
sensaciones aún más. San Mamés honró a un equipo entregado, obcecado en escapar
de esa pesadilla que les horroriza desde el pasado mes de mayo. Los leones
recuperaron las señas de identidad de la pasada temporada y soltaron un partido
memorable ante un rival terrible. Un cuerpo a cuerpo brutal, intenso y
caliente; propio de quién se tiene ganas. El Athletic clamó venganza, y
consiguió el sentido premio del aplauso de su afición. La misma con la que el Loco todavía se cree endeudado. Inflexible,
Bielsa exprimirá a sus jugadores hasta que devuelvan a San Mamés el dulce sueño
quebrado, entonces se olvidará de esta pesadilla, y podrá gritar “¡¡Athletic, CARAJO!!”.
“En las peleas callejeras hay dos tipos de golpeadores. Está el que
pega, ve sangre, se asusta y recula. Y está el que pega, ve sangre y va a por
todo, a matar. Muy bien, muchachos: vengo de afuera y les juro que hay olor a
sangre”. Echen la vista 13 años atrás e imaginen a Marcelo Bielsa en el
vestuario de un Estadio Monumental de River que se viene abajo. Son los
prolegómenos al partido frente a Ecuador que debe sellar el billete de la
albiceleste para el Mundial de Japón y Corea 2002. Entre los suyos, con el
cuchillo entre los dientes después de semejantes palabras del seleccionador,
está Cholo Simeone. Ahora vuelvan al
presente. Repasen el espectáculo de ayer de San Mamés y lo entenderán todo.
Bielsa ha cambiado Predio de
Ezeiza por Lezama y Simeone sustituyó el 14 de la albiceleste por un esmoquin a
orillas del Manzanares. Aparte de eso nada ha cambiado. Maestro y alumno
coincidieron ayer en Bilbao, y su idea interpretada a las mil maravillas por
ambos equipos fue más que suficiente para calentar el frío ambiente que podían
transmitir las gradas de San Mamés de inicio. Pocos minutos y muchas idas y
venidas después, el ambiente era una caldera. Fútbol pasión.
Locales y visitantes se
enzarzaron en una reyerta gustosa para todos los allí presentes: ver sangre y
atacar. 90 minutos de kilómetros, patadas y disputas. La antítesis al fútbol
control. Un ejemplo de fútbol de urgencia. Maravilloso juego.
El once de ambos equipos ya
invitaba a pensar que el partido sería de ritmo, de llegadas y contragolpes. Y
el paso de los minutos constató las primeras elucubraciones: Los 22 jugadores
estaban quemando el verde pasto de La Catedral. Se acuchilló el mediocampo mientras
se potenciaba el juego por las alas; los medios no eran más que una excusa de
urgencia para llegar a portería contraria con la mayor celeridad posible.
En el Athletic, San José actuó
como ancla. Por delante De Marcos y Ander Herrera suponían un auténtico
quebradero de cabeza para los rivales, incapaces de controlar a dos torbellinos
que tocaban y acudían al espacio con la velocidad propia de quién tiene prisa. Los
colchoneros, cuando recuperaban,
también corrían; Tiago era el primer eslabón, los laterales rápidamente se
proyectaban, y la búsqueda de la verticalidad era evidente con Raúl García, Cebolla y Arda Turan pisando área de
continuo.
Aduriz, como siempre esta
temporada, haciendo olvidar al ausente Llorente. Bregando, cayendo a bandas,
desencajando balones del cielo, y desquiciando a defensas rivales, incapaces de
llegar tan alto. Un delantero indispensable en este esquema e idea de juego que
obliga a la movilidad constante. Se trata ésta de una de las máximas de
Marcelo, como también lo es para el Cholo (¿lo habíamos olvidado? Maestro y
alumno). Simeone elige a Diego Costa, incuestionable, estajanovista en su
trabajo, pesado e importante hoy –y siempre- en el juego atlético. Dos
delanteros básicos en sendos esquemas.
Así, cuando se va al límite,
cuando se conduce al rival al precipicio, la posibilidad de caída es doble. Los
dos tratando de castigar errores. Los dos oliendo a sangre. Y los dos afilando
cuchillos. El partido continúo en su locura permanente, especialmente en una
segunda parte de ocasiones, llegadas y córners. Como el que dio origen al
primer gol de San José, un mercancías entrando sólo por Neptuno.
Ahí el partido se rompió, más si
cabe, para siempre. Los leones, como su mister,
querían más sangre atlética. Y los visitantes, inoculados por las ideas del cholismo, se fueron también a por su
rival. 40 minutos de cuerpo a cuerpo excelente, conmovedor.
Susaeta, otro correcaminos, hacía el segundo ayudado
por un granpase de Ander Herrera y un
desmarque de libro de Aduriz. Gran gol. De Marcos, en el 85, cerraba el choque
y las heridas de un Athletic que por fin recupera sensaciones. Y permite a los
suyos, a su Catedral, vibrar como la temporada pasada y despertar por fin de la
pesadilla que empezó en Bucarest contra el mismo rival. Revancha.
Cansados como sus jugadores,
Bielsa y Simeone estrechan manos, seguramente orgullosos (pese a su
meticulosidad) de sus chicos. Muchos de ellos sólo eran niños, cuando hace 13
años, Marcelo le hablaba a Cholo de ver sangre y atacar. Ayer ambos la vieron y
actuaron en consecuencia. Y el espectáculo fue enorme.